El miércoles por la mañana, cuando despertó en Turín, Ernesto Valverde tenía poco que ganar y bastante que perder. La implacable marcha de su Barça a nivel de resultados no ha disipado la sensación de que, para pelear la Champions League con totales garantías, a la plantilla azulgrana podían faltarle cosas. Que sería en la competición europea donde el convulso verano culé podría cobrarse sus facturas. Con el pase como primero de grupo virtualmente asegurado y a las puertas de un encuentro de Liga cuyo valor supera los tres puntos en disputa, cabía la seria posibilidad de que resbalar en el feudo de la Juventus, aún sin acarrear prácticamente consecuencias de cara a la clasificación, implicara un precio a nivel de confianza siempre inoportuno. En esta ocasión, sin embargo, el equipo no estaba obligado a asumirlo, y no puede haber forma más contundente de materializar la desconexión de un hipotético traspiés respecto a la realidad futbolística del equipo, que dejar fuera del once inicial al futbolista más importante del mismo. Quien se enfrentaría a la Juventus en el césped del Allianz Stadium, sin Messi, no sería propiamente el Barça. De no sonreírle el resultado, no se mancharía, y si en cambio lograba un marcador favorecedor, éste se habría labrado a pesar de tamaña ausencia. Además de darle un respiro al astro argentino, dejando a Leo en el banquillo, Valverde diseñó un paréntesis. Turín saldría gratis.
En el lugar de su Barça más habitual, el Txingurri dio la vez a un equipo que ofreció muchas más respuestas defensivas que ofensivas, al que durante buena parte del encuentro faltó profundidad pero que a cambio, de una nueva forma, tomó el control de la situación a través de recursos diferentes. Tan diferentes como pasar de jugar con Leo cerca de Luis Suárez a optar por situar a Paulinho a la vera del uruguayo. Mediapunta sin matices durante muchos minutos, tanto en ataque como en defensa, el brasileño encaró de inicio la búsqueda de una iniciativa basada en privar a su rival del escenario deseado. El internacional carioca, situado por delante de Sergio Busquets y Rakitic, se empleó principalmente sobre Miralem Pjanic, impidiendo al cerbero turinés dotar al choque del ritmo y la dirección que más convenían a los hombres de Massimiliano Allegri. La receta barcelonista en cuanto a la contención, tuvo mucho que ver con este ímpetu a la hora de apretar yendo hacia adelante, pues más allá del característico desempeño de Paulinho, la agresividad de Iniesta en el perfil izquierdo que por momentos vistió a la estructura culé de 1-4-2-3-1, la forma cómo Digne y Semedo persiguieron a Dybala y Douglas Costa, el trabajo que hizo Piqué sobre los apoyos de Higuaín o el dominio que impuso un intratable Samuel Umtiti lejos de su propia área, definieron a un Barça con poco que sufrir a su espalda y dueño del guión. Las pocas ocasiones en que los bianconeri lograron ponérselo en entredicho estuvieron relacionados con los momentos en que Paulo Dybala lograba darse la vuelta, después de que él mismo y Cuadrado hubieran juntado atenciones en el sector derecho, y cambiaba de orientación el juego hacia el aclarado de Costa contra Semedo.
Con cuatro regates completados, el brasileño fue el futbolista local con más capacidad para filtrarse por la rendija, y aunque no lo consiguiera muchas veces, siempre que lo logró su equipo se topó con un Marc-André ter Stegen que rozó la perfección en tiempo y manera. Los cuatro dribblings de Douglas Costa fueron el doble de los que completó el barcelonista más pródigo en esta suerte, siendo especialmente significativo que quienes compartieran este honor fueran Busquets, Lucas Digne y Nélson Semedo. Al Barça, otra vez, le faltó desequilibrio. Y es que su control en el discurso no estuvo acompañado de profundidad. No jugó lejos del área de Buffon, pero sí le costó adentrarse en ella. Andrés Iniesta, muy activo y distinguido en la medular, fue una solución para subir escalones, pero a las puertas del definitivo el equipo no le abrió camino. Resultó reveladora en este aspecto la escasez de pases hacia el pico del área que recibió de Digne, esos que por venir desde el costado y en dirección contraria al avance, suelen llegar regalando espacio y tiempo. Ni el manchego ni Rakitic se asomaron demasiado al balcón. Sí lo hizo bastante más Paulinho, aparentemente lanzado a la llegada para aprovechar las constantes caídas de los puntas hacia los costados, pero finalmente poco efectivo en zona de remate. No pudo ser el carioca el soporte que viene encontrando Luis Suárez en la figura de Paco Alcácer, de cara a repartirse los movimientos sin balón en el frente de ataque. El uruguayo, después de dos partidos de recuperación al lado del delantero valenciano, regresó a la versión más taciturna que de él se ha podido ver esta temporada.
Trascendente en defensa pero de escasa utilidad ofensiva, el papel de Paulinho cambió en la segunda mitad. Su posición con el balón en propiedad del Barça bajó varios escalones, como colchón de seguridad para que Iniesta, Busquets, Rakitic y posteriormente también Leo Messi, acercaran su influencia a la frontal del área. El croata, además, debido a la salida del campo de Gerard Deulofeu, pasó a influir también en banda derecha, lo que ayudó para que el ataque culé ganara en profundidad ofensiva y manejara los tiempos de un duelo en el que sólo al final pareció la Juventus tomar la iniciativa. Para entonces, los italianos volvieron a encontrar bajo palos la sombra de Ter Stegen, que abrió y cerró la noche evitándole a su equipo encajar un gol.
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– Foto: Filippo Monteforte/AFP/Getty Images